(...) Jones comenzó a sustituir a Kant, Hegel y Nietzsche por novelas baratas, The Secret y Oprah Magazine. En su mente esgrimía toda clase de críticas contra esa producción cultural de pacotilla, pero las tardes se le pasaban rapidísimo ahora que tenía estas nuevas aficiones. Hasta su somnolencia crónica había desaparecido. En casa seguía siendo el mismo profesor Jones de siempre, el esposo cínico y el padre respetable, pero una vez que salía de su hogar y se sabía fuera de la vista de su familia, desviaba el camino; en lugar de irse a la biblioteca, se pasaba la mañana en Seveneleven hojeando diarios y revistas sensacionalistas.
Poco a poco se fue desconectando de su familia y sus amigos. Las largas discusiones sobre la irrefutable inexistencia de Dios o sobre el sentido último de la vida comenzaron a hacérsele estériles, aburridas y eternas. Cada vez que podía, Jones encontraba un pretexto para esconderse en el baño a leer alguna de sus revistas prohibidas (...)
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